Por: Lic. Luis Carlos Palazuelos Irusta/ Master Turismo / asesorias@allcostaricaadventures.com
Tengo una amiga que es colega pero además fue compañera de trabajo. Nos conocimos casualmente y nos tomamos mucha confianza. Un buen día me animé a preguntarle algo que me llamaba la atención. Durante los últimos cinco meses, ella había tenido cinco resfríos que le duraban más de siete días, todos muy similares con nariz inflamada, estornudos y malestar general aunque sin derivar en otros efectos más serios como temperatura elevada, vista borrosa o ataques de tos.
La pregunta que le iba a hacer no pretendía indagar sobre sus resfríos sino sobre su estado personal, su salud emocional. No soy médico pero ya he visto mucho como para reconocer que los estados de la salud física se relacionan con los estados de la salud emocional siendo estos últimos el origen de los primeros (esto no postula ninguna explicación científica y tampoco se pretende eso).
Entonces, ella me respondió que estaba trabajando mucho, que veía poco a sus hijos porque cuando ella salía de la casa temprano en la mañana, apenas los veía en el desayuno y cuando llegaba en la noche a su casa, ellos ya dormían; los fines de semana no eran mucho mejores porque, el sábado ella estaba muy cansada como para compartir actividades con ellos y los domingos eran para atender los deberes de la casa.
Al mismo tiempo, me dijo que los resfríos no le preocupaban mucho y que lo que le incomodaba era una especie de malestar estomacal que ella dijo era acidez, constante, de cada día y siempre en la semana laboral. Ella sospechaba que todo era por culpa de los problemas de la oficina, del trato con los superiores y por su mala alimentación: apenas desayunaba, el almuerzo se lo brincaba porque en la oficina faltaban horas para solucionar asuntos y en la noche su cansancio apenas le permitía tomar un té y a veces galletas para acompañar. Entonces, a cualquier hora comía lo que podía y eso era comida al paso, hamburguesas, chocolates, saladitos, etc.
Mi siguiente pregunta ya no fue relativa a su salud, resfríos, acidez ni a los problemas laborales. Mi siguiente pregunta estaba relacionada a lo que es más mi campo de experiencia profesional. Le pregunté si cuando tenía vacaciones acostumbraba viajar. La respuesta fue no. Siempre lo pensó, el marido lo pensó también pero al final se quedaba en la casa viendo el desempeño de los hijos en el colegio, visitas frecuentes a la casa de sus padres, reuniones con amigos y actividades cortas como ir al cine, comer fuera un fin de semana y nada más, ni siquiera ir a un museo, oír un concierto en vivo, probar comida extranjera, etc.
Fue entonces que le sugerí viajar. Argumentó primero los costos altos, la coincidencia necesaria de sus vacaciones, las de su marido y la de los hijos y el desconocimiento de algún lugar que les gustara a ellos como pareja y a los niños.
No fue difícil que se me ocurriera ahí mismo, en un pasillo del piso donde estaban nuestras oficinas, un destino no muy costoso, una ruta interesante y factible en las dos semanas que entre todos disponían (en caso de coincidir fechas) y en actividades para grandes y chicos. En menos de lo que canta un gallo, ella aceptó la idea sin siquiera tener la experiencia de viajar y sin estar segura de lograr la coincidencia de las fechas de las vacaciones de los componentes de su familia. En un mes quedó todo planeado y lograron viajar los cuatro.
Apenas regresaron, se notaba el bronceado de su piel, la alegría en el rostro y los montones de historias y anécdotas del viaje.
A partir del momento del regreso de mi amiga, me propuse hacer un seguimiento de su estado de ánimo y de su salud. Es así que cuando surgía un problema en la oficina me di cuenta que ella respondía sin prisas exageradas, sin dramatizar la situación, sin temor a atrasar una respuesta cuando los insumos, los informes o las decisiones de los superiores no le fueran entregadas y comunicadas oportunamente. Al mismo tiempo, no hubo resfríos a pesar de días fríos, noches de lluvia inesperada a la salida del trabajo o contagios entre los colegas de la oficina. Sobre la acidez estomacal, ella tomó cartas en el asunto comiendo mejor e intentando respetar los horarios de sus comidas. Lo más interesante fue que, un día a casi un mes de las vacaciones pasadas, me preguntó si podía recomendarle otro destino para las siguientes vacaciones y juntos comenzamos a planear. Al mismo tiempo se me acercó muchos jueves o viernes para pedir recomendaciones de lugares cercanos para pasear, para conocer, incluyendo museos, parques y pueblos a menos de dos horas de viaje de la ciudad para aprovechar los fines de semana.
Mi amiga siempre fue una persona alegre, generosa y muy dedicada a su trabajo y nada de eso cambió. Su cambio se tradujo en su salud, pues no la volví a ver resfriada y su acidez pasó al olvido. Cambió de trabajo, mejoró su situación salarial, mejoró el tiempo de calidad con sus hijos y ahora, a más de siete años de la historia que cuento, ella y su familia salen dos semanas completas de vacaciones familiares al año y hacen innumerables paseos cortos los fines de semana. En honor a la verdad, no he sabido más sobre su salud pero cada vez que veo sus fotos en las redes sociales, la veo sonriente, rodeada de su familia y hasta más guapa.
Entre todas las variables consideradas, ¿Cuál cree el lector que pudo influenciar más en el mejor estado de salud y estado emocional?