Por: Daniel Roibal/ Coach, Ilustrador y Armonizador de Espacios
¿Para que viajamos si no es para enamorarnos de nuevo?. De un nuevo paisaje, de una nueva experiencia, de un nuevo manjar.
Deseamos repetir una y otra vez la experiencia de asombro, como la del primer beso con la persona amada. Deseamos hallar tras la inminente curva, un paisaje que nos invite a la inmensidad y fundirnos con ella en la sensación de unicidad.
Esa sensación de unicidad que nos conduce al bienestar, al bien ser, a olfatear y transitar por los caminos de la vida plena.
Ahora bien, no nos perdamos complacientemente solo en paraísos lejanos. Tengamos más o menos posibilidad de viajar, podemos realizar un nuevo viaje a nuestro barrio, sorprendernos de la mirada nueva que podemos añadir movidos por el entusiasmo y la gratitud de estar vivos y sanos. Siempre tenemos la posibilidad de realizar un nuevo viaje leyendo un libro, un cómic o cuidando unas hermosas plantas en nuestro propio hogar. Ese hogar que narra y expresa nuestra visión de vida en los pequeños detalles. Nadie es insensible a una buena onda o una onda no armónica cuando visita el hogar y refugio de otro.
Hablando de enamorarse, podemos incluso enamorarnos de nuevo de los seres queridos, fortalecer las relaciones compartiendo un aromático café o una refrescante limonada y lo más importante una enriquecedora conversación. De esas que nos ensanchan el alma pues nos sentimos escuchados y no juzgados, y aprendimos a escuchar. Podemos incluso viajar de nuevo a los labios que hace tiempo conocimos o bien depositar nuestra mirada en aquellos de los que enamorarnos por primera vez como si siempre hubiesen estado ahí. Que bienestar y sosiego produce enamorarse de nuevo aunque sea de nuestra propia y cotidiana existencia. Compruébenlo.
Viajemos a nuestros anhelos realizables aunque no sepamos muy bien cuales son, guiados por una luz cada vez menos intermitente . Pues el futuro es inventable, no inevitable, como decía mi querido amigo Enrique Mariscal.